Run Away

Cuando ves como todo en tu vida, en tí misma se ha movido de lugar hacia uno mucho más oscuro te sientes sucia. De pronto te encuentras pasando los días prototípicamente en callejones de ladrillos, de piedra negra, túneles estrechos, con mugre, colapsos de gente mientras estas solo, angustias sin sentido, pasos rápidos sin concretar el destino, un cielo tenue, anaranjado apagado, el color de la alarma. Sabes que algo terrible está a punto de pasar, sabes que algo te va a devorar, algo en ti misma puede saltar o quizás enfrente de tus narices. Un mundo loco, sin cabida par la ternura.
El frío que te choca en la cara, un roto en la media, un golpe de un pasajero. Un choque, un roto, un golpe. Y otro más. Pero ya en otro día.
Otro día.
Pero sin ver el día.
Este callejón me devora de nuevo.
No tengo tiempo, ni espacio.
La presión te traspasa, llega a tu pecho, que se sobrecoge. Recuerdas que antes no te dejaba indiferente ver como alguien pegaba a otro. Aprendes a dejar la vista fija en el suelo, no desafiar con la mirada. Apremias a tus pies. El mecanismo de supervivencia consiste en una manera de caminar más rapida, mientras el cielo ámbar observa tus vaivenes.
En realidad estás en un mar de corrientes, corrientes formas de ser, formas de vestir, personas y, en definitiva, vidas. Azarosas en la continuidad. Retorno de incertidumbres que no llevan a nada.
Te presionan, te agobian, te auguras 189 momentos iguales que ese por hoy.
Cuando toda esa rabia se te transforman en lágrimas que no puedes reprimir al llegar a casa, te das cuenta de que tu cuarto es de color naranja.


Y que en él te sientes bien. Estás a salvo del cielo.