domingo, 4 de noviembre de 2007

Un largo recorrido

Una niña se sienta en el borde de su cama, y se contempla frente al gigantesco espejo de su armario. Se mira en él y no se gusta. Se ve granos, su celulitis, sus estrías...
Poco a poco se va desnudando, intentando mostrar su lado más sensual en la parte que queda al desnudo de su piel.
No está contenta. Hoy no. Es en esos momentos de intimidad en los que intenta, metiendo tripa y poniéndose en diferentes posturas, verse follable. Tirable. Tirable y usable...
Pero sigue sin ser una diosa. Una diosa o una diablesa, en ambos cosas, poder comportarse como una zorra.
Cuando termina de mirarse al espejo y concluir con una opinión de sí misma bastante desfavorable, termina por mirarse a la cara, que tampoco contribuye a subirle el ánimo. Pero se pone las gafas. Con las gafas la cosa cambia. Piensa en su mente. Su trabajo, sus esfuerzos, sus retos conseguidos, y por un instante se siente bien, se siente inteligente, brillante, pero no fuerte. Piensa que, siendo como es la 1:53 de la mañana y en las más de 700 Kcal que ha devorado sólo por puro vicio, es idiota. Imbécil, débil y condenable. No tiene sentido que siga viviendo, ya que, los débiles deben morir. ¿De qué sirve sacar sobresalientes?, ¿ de qué si aún con eso no se es bueno en el resto de su vida?. A parte de un mundo que ya había perdido (amigos, novio, bienestar en la familia) no se siente bien consigo misma. Nunca tendrá ese equilibrio perfecto que desea entre su cuerpo y su mente. Ni siquiera es capaz de serse sincera cuando se mira en el espejo. !Este es tu verdadero aspecto!, se grita, mientras se baja los pantalones y muestra por fuerza su tripa, su celulitis, sus michelines que le sobresalen por sus caderas, abrazando a lo largo y ancho su diminuto tanga.
Ni siquiera ha fracasado en algún propósito interior. Cuando era pequeña no soñaba con ser una princesa, sólo soñaba, y de vez en cuando, ser muy apreciada por la gente que tenía alrededor, para por un momento no tener miedo al rechazo que tantas veces le habían propinado. Tampoco había sido nadie especial, nadie destacable bajo todas estas luces y todos estos acantilados/rascacielos.
No, nunca había tenido traumas importantes, ni tampoco anhelos inalcanzables. Sólo quería seguridad.
Seguridad para empezar a darle rumbo a su vida.
Sí.
De fondo sonaban sus canciones. El estribillo decía: ¨I'm your little butterfly¨. No, desde luego no era una mariposa, pero mucho menos pequeña. Quizás sí que podía ser "mantequilla", y en algún momento "volar". Volaba cuando empezaba a perder la consciencia del dolor, o del tiempo.
Sus dedos ya estaban dentro de ella. Dejando escapar la grasa, la mantequilla, las calorías, los kilos de su cuerpo. Y con ellos los rechazos, las mentiras, y su propio odio. La bilis, tan amarga, demostraba su esfuerzo, y para ella la sangre era el triunfo. Ya no quedaba más que vomitar-
Unos lo llaman arrepentimiento, y consuelo lo llama ella.
Aún así no es su salvación. De regreso a su cuarto se ve exactamente igual que antes. Las lágrimas de su rostro, la rojez de sus ojos, ya no es sólo culpa del dolor que recorre su cuerpo, sino que ahora también su cerebro martilleaba sus nervios ópticos, su estómago, sus manos y su alma.
Se ve llorar y está más fea que nunca. Tirada en el suelo con sus michelines ahogando su felicidad. Sólo ellos son los culpables de todo el sufrimiento. Ellos bloquean el inicio de su propia recuperación. Sin ellos sería capaz de tener fuerzas para comerse el mundo.
Mira la terraza, que se ve más tentadora que nunca, como casi todas las noches.
Al asomarse, todavía desnuda, es acariciada por el viento típico en los días nublados y grises de su ciudad.
Más de tres años intentándolo te dan las pruebas necesarias para saber que nunca conseguirás el propósito.
Sus pies ya se agolpan en los límites del balcón, y cuando mira abajo, primero piensa en la molestia que es su papada, luego observa sus pechos, demasiado pequeños para disimular lo que tienen a su alrededor. Su tripa, omnipresente, ahoga su garganta con la sola observación de ésta; sus muslos amorfos, sus pies estrechos...Por último no ve la calle, sino que ve hacia abajo todo lo que no ha tenido. Éxito, fama, amor o...comprensión.
No reprime los sollozos, que se transforman en llanto.
Y no es que piense que no tiene sentido vivir, sino que vivir no le basta para lo que ella quiere, y lo que ella quiere está muy lejos de tener sentido.
Pero aún así se detiene. Es incapaz de tirarse. Es demasiado cobarde. No piensa en lo que sufrirán sus padres, sino en que no tiene fuerzas para acabar con su miserable existencia.
No hacer nada, no ser nadie en su rutina ya es suficiente para bloquear el paso a la tumba.
Se odia. Por ser tan cobarde.
No es capaz ni de terminar consigo misma.
Y no le quedan esperanzas de mejorar su rumbo. Sabe que no va a cambiar, ni ella ni los demás van a cambiar, pero se aferra como una rata a que siga su corazón latiendo.
Su aberración de cuerpo seguirá devorando grasa años y años, detestándose igual que el primer día.
Ella tenía 13, 14, 15 años. Tuvo 32, tuvo 40 y 58.
Fue médico, taxista, secretaria, escritora, ingeniera y modelo.
Amante, mujer, divorciada y viuda. Rubia, morena y pelirroja.
Se llamó Sue, Laura, Stephanie, Wanda, Heidi, Tarja y Cristina.
Lo fue tu madre, y lo será mi hija. Lo seremos todos. Y lo hemos sido siempre.
Ella es nuestro más profundo pensamiento cuando leemos revistas, vemos la tele o nos deja nuestra pareja.
Unas veces se tirará del balcón, y otras muchas no.
Pero a pesar de esto, nunca morirá.
En este caso era bulimia su nombre. Pero también se cobra como alcoholemia, drogadicción, malos tratos, sexoadicción...tiene tantos que no los recuerdo a todos, y hasta que no se les ve no somos capaces de darle nombre, pero todos ellos comparten la misma esencia, el mismo color y olor...
Humanidad.

3 comentarios:

Unknown dijo...

está bien escrito, pero, ¿no es un poco pesimista?

Esther Miguel Trula dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Esther Miguel Trula dijo...

Bueno, me gusta pensar que de nuestras pifias comos capaces de mejorar, pero primero tenemos que ver nuestras pifias en su máximo esplendor. De todas formas...si, a veces me paso con los posts....Saludos a 1ºC de Periodismo ;).