martes, 19 de febrero de 2008

A Guille




Ahora mismo estoy escuchando Stairway to heaven, y llevo así unas tres horas con ella en bucle; en cuanto escucho el solo de guitarra se me viene a la mente una figura solitaria al final de la carretera, y de fondo: una silueta que se otea en el horizonte. No es otro que Guille, ataviado con una cazadora bomber de color verde militar (o también con una chupa), unos vaqueros algo desgastados y del color de los auténticos 501, unas gafas de sol de un negro opaco y sus converse. Camina en mi dirección, a contraluz, de manera que parece que un warrior, de esos que había antes, más duros que nada...de esos que te protegían de todos los males, que se ponían en medio de las balas para salvarte y luego, además, no se morían ni al final de la película. Al llegar a mi lado, Guille dice:
- Vámonos, nena, que en este mundo mezquino sólo estamos tu y yo.
Se monta en su moto Tomahawk y me pongo yo detrás; y así, abrazados y con el viento en la cara, huimos de todo para perdernos en un horizonte que ya está atardeciendo, como lo hacen los días que han sido muy duros y consiguen con esos efectos de cálidos tonos indicar el final de una etapa y el nacimiento de otra, esta vez juntos.
En la vida real nada de esto se ocurriría. Mi imaginación y mi afecto a veces me traicionan , pero al menos por mi parte al verle siento una muda complicidad, que con el silencio y el mínimo contacto que hemos tenido me hace pensar en afinidad en infinidad de temas, como el sentimental. Un hombre que ha sentido y siente muchísimo, cuyas experiencias en la infancia y adolescencia han marcado su personalidad e inquietudes. Alguien al que parece que los años no le han hecho olvidar, pero sí renunciar al arrebato de la vida. Alguien que ha preferido evadirse de lo demás para vivir en su mundo interior siguiendose por sus propias razones, dificilmente comprensibles para la mayoría de los mortales. El honor y el respeto, dos de esas grandes pérdidas humanas pueden acercarse a su fuero unilateral. No es raro, por tanto, oírle hablar de los que fueron para él los días gloriosos, en los que Andrea era un símbolo vivo, pero ya perdido. Una nostalgia en la que ha echado raíces y por las que le es difícil cambiar un futuro rumbo.
Guille tiene unos 25 años, y cuando habla y gesticula me recuerda a Alfredo Landa. Con un carisma abrumador que te traslada directamente en el primer "¿qué pasa chaval?" a un sillón con tus amigos de verdad mientras os tomais unas cervezas y hablais de tías, coches y de la familia.
Hoy, después de llevar casi dos meses sin verle, nos hemos abrazado, y al rato me ha dicho que le recuerdo un poco a la mujer morena de la película de Ghost World; por eso claro, yo en el cielo. Embobada de nuevo por este hombre.
Cuando empezaron mis andanzas por el universo Latveria, él fue uno de mis mejores apoyos, y nunca se lo había dicho, si siquiera lo mucho que le aprecio, pero aunque no lo sepa, para mí ha sido de esas pocas personas que sin conocerlas demasiado te marcan de alguna forma. Por ello irremediablemente al estar en un ciclo de hormonas estoy-sensible-y-mi-noñería-va-en-alza he querido dedicarle este post.
A punto de que expire el plazo de nuestra cita acordada para pasar juntos una tarde invernal por el retiro, me doy cuenta de que quizás ya la hallamos tenido sin darnos cuenta.
Te quiero Guille.







2 comentarios:

tita hellen dijo...

Este Guille lo mola todo!

Guille es usted un panuflo maravilloso!

Besetes!

Panzerblitz dijo...

Ale premios para todos