Si me mareo un poco más en mis pensamientos me dará un ataque de ansiedad, y eso será bueno.
Lo peor es que ni siquiera pienso que cuando salga de esta ciudad para volver a Madrid eso cambie. Allí hay cosas diferentes, pero otras no cambian, y no va a cambiar esa inactividad, el estaticismo y racionalidad con que la gente encamina sus pasos.
He estado viendo fotos de mi adolescencia, la verdad es que no ayuda mucho.
Ahora os copio el trozo de un sueño que tuve el otro día:
Era un día gris, de atmósfera pesada. Llovían cenizas blanquecinas, y las ráfagas de viento tenían color negro. La luna miraba desde lo alto, coronada con nubes añiles.
Con todo ello sólo te podía dar la impresión de que algo terrible le había sucedido a aquel lugar.
La gente era normal, gentes cualquieras. Iban atareados a todas partes, como lo hacen en las películas los ejecutivos que van hacia sus puestos de trabajo en la Th avenida de Nueva York. Tampoco importaba demasiado.
Estaba yo metida en una cafetería, observando la calle. Justo enfrente había un edificio oficial del Estado, color oro y ocre. Muchos ventanales y columnas. Parecía un edificio amistoso a la vez que imponía respeto. A sus lados había dos rascacielos que a nadie le importaban nada, y detrás se sabía que estaba un pargo paseo costero de camino al mar. Son cosas que se saben, y punto.
De pronto, vemos como a los lados del edificio dorado hay manos gigantes destruyendo los laterales de los otros dos edificios. Tan sólo para poder pasar por en medio y llegar hasta la carretera que había entre la cafetería y los rascacielos. No podía estar más asustada.
La gente salía huyendo despavorida del local, para encontrarse de frente con los dos monstruos que venían hacia nosotros. Eran dos gigantescos troles humanos. Algo así como el trol de las cavernas de moria, pero más despiadado y humano. Inteligente y rápido. Pesado y mortal.
Los dos monstruos de más de 15 metros se reían de nosotros. Cuando veían correr a algunas personas los cogían sin piedad, y los trituraban o aplastaban entre sus manos. Si los podían hacer sufrir, mejor. Seguían destruyendo los rascacielos hasta que quedó un espacio suficiente alrededor del otro edificio como para poder ahora ceñirse a su plan, terminar con aquella bonita obra del hombre. Pacería que era lo único que querían hacer.
Cuando este edificio cayó fallando sobre sus propias bases, replegándose igual que lo hicieron las torres gemelas, salía muchísimo humo de allí. Toda la ciudad era de pronto un fantasma de la guerra. Notabas que la gente seguía allí pero escondida, refugiada en cualquier sitio fuera del alcance de la vsión de los dos monstruos.
Pero no había empezado lo peor. De entre los esconbros salió el que se me figuraba un Dios maligno. Un amo todopoderoso con afán de destrucción. Con una mirada tan fría, y que concentraba tanto odio que no se podía ni respirar en sus misma presencia. Con el cuerpo de una persona, pelo negro y lacio, capa y sombrero, allí estaba el que a partir de ahora intentaría destruír todo signo de vida. Sabía que si te veía estabas perdido.
Por un fugaz momento pensé que me había visto, cuando me lancé al suelo, y con un grupo de personas fui directa a lo que parecía un camino a algún refugio.
Me llevaron por tçuneles subterráneos, hasta que llegamos a las afueras. Allí, entramos en una casa normal, de dos plantas y con un jardincito a la entrada. Ahora estaba todo tapiado, las cortinas corridas y las luces apagadas. Sólo se oía un transistor emitiendo las noticias que, borrosas, decían cosas con Estado de excepción y ecatombe.
- ¿ Quiénes eran esos, y por qué están aquí?
No había respuestas, sólo cabezas gachas y algún sollozo de niños pequeños.
Todos aquellos me parecían personas corrientes. Temerosos de una ira que no tenía motivos para odiarles.
De pronto, una niña que allí habia, de unos 12 años, añta, delgada y ágil, me llevó a su “refugio secreto”, que estaba al aire libre, recorriendo un camino hasta la que seguro era su habitación, un habitáculo en una casa árbol.
Subiendo hasta allí, por entre las redes, cueras y tablas de madera que suponían la aventura de llegar a su reducto, había decenas de diferentes especies animales, terribles algunos, otros encantadores.
Seguía teniendo la constante sensación de estar vigilada.
Charlando con la pequeña me di cuenta de que seguir allí era una estupidez, si el señor del infierno quería acabar con nosotros lo haría fácilmente con cortinas corridas de por medio o no.
Por las calles la alerta general no era para menos. Fui a la estación del tren, que estaba medio vacía, sólo quedaban unas 40 personas por embarcar su viaje al sitio seguro más cercano, que en realidad no les salvaría de nada.
Me daba igual todo. Era todo tan ridículo y paranoico que decidí olvidarme de los trols, y de los refugiados. Me fui a caminar al paseo marítimo. A pesar del tiempo revuelto y oscuro, el mar estaba calmado, meciéndose tranquilamente, pero acechando algo.
Mientras andaba, sola, seguía mirando a la gente. Todos aquellos estúpidos idiotas, que corrían para salvarse de algo que ni ellos se habían buscado, aceptando ese sino como si tal cosa.
Cuando miro hacia la derecha, veo a unos 40 metros una figura oscura, una silueta que está apoyada contra una pared, disfrutando del paisaje. Me clava la mirada, y no puedo reaccionar. Sólo el pánico entra en mi corazón. Tengo la extraña sensación de que me están matando.
Sin darme cuenta, ya está a mi lado. Se ríe. Y a pesar de que sé que es todopoderoso, por un momento no me parece imposible estar a su lado.
Da vueltas alrededor de mi, como observando a la presa que va a devorar. Me pregunta mi nombre y edad, soy Mery, de 16 años, sin saber por qué. Llevo puesta una sudadera deportiva con una falta por la media rodilla. Mis zapatos son oscuros, con gruesos calcetines. Toda descuidada, casi andrajosa, Mientras miro al suelo, a sus zapatos de punta oscuros, noto que el individuo baraja varias opciones. Me recuerda que voy a morir, que soy su esclava y que mi vida no vale nada. Los humanos a mi alrededor mueren asesinados por sólo estar en su campo de visión. No aguanto más ésta presión.
Pero me permite estar con él. Simplemente sigue a mi lado. Se jacta de mí, pero impide que me devoren sus sicarios.
Algo inesperado, al conseguir levantar la mirada, hace que cambie la suya. Cuando le miro a los ojos, unos ojos normales, ya no se ríe, sólo mantiene fría su mirada.
En mi mente, alguien que no conozco me dice “Sólo le sucede a una persona antes del Apocalipsis humano, sólo uno consigue mantenerse a su lado, alguien afín y poco apegado a su vida anterior, que consiga distraerle y divertirle”. Parece que por una vez he tenido suerte en algo.
De la nada aparece en su mano una barra metálica de color verde, cuya forma y tamaño varía según él quiera. Me agarra por los hombros y volamos dando vueltas rápidamente, tan fugaz de la niebla se me mete en los ojos, y no veo por dónde vamos. Sigue destruyendo cosas, pero al menos yo sigo viva de momento.
3 comentarios:
¿a mi que me cuentas? solo soy un granjero en tus sueños ^^
echo de menos los 16 ^^
Pues yo odié mis 16, creo que muchas emociones eran algo prefabricado, algo que tenías que sentir, porque te habían dicho que lo tenías que sentir. Pero tienes razón, parece qeu todo se vuelva más gris, que no haya nada auténtico... quizá es que nos perdemos cosas buscando eso tan especial.
Mucho ánimo y cuídate.
Yo odie mis 17 y principo de 18 hasta la nausea...
Pero también echo demenos ciertas cosas de aquella epoca, será que es mas facil recordar lo bueno.
Estas muy cambiada! pero mejor ahora!
Besis guapa
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